enero 05, 2015

Derechos Humanos en Cuba: identidad, reconocimiento y buen vivir

imagesldNo voy a hablar de mis sueños o aspiraciones como joven cubano. Eso está más allá del sentido real de este comentario. Tampoco pretendo ahondar en el mismo punto de tantos y tantos textos, debates, análisis y consideraciones sobre la realidad o no del respeto a los derechos humanos en Cuba. Quisiera compartir con ustedes un razonamiento, derivado de la observación diaria de las problemáticas de mi país, al cual amo con la rudeza que tenemos los isleños.


¿Cómo se contemplan en Cuba los derechos humanos? ¿Cómo se defiende su respeto? ¿Qué instituciones son las encargadas de asegurar su cumplimiento? ¿Cómo llevar a vías de hecho su real entendimiento entre los habitantes de la Mayor de las Antillas?
Desde que nacemos, los cubanos entendemos que existen un conjunto de derechos que aseguran nuestra calidad de vida. De ahí que en la Constitución se convierta en ley, la gratuidad de la salud y educación a todos los niveles; el acceso a las pensiones y la seguridad social; el disfrute de las playas, bosques y lugares de esparcimiento; la posibilidad de reunión y expresión, tanto en lugares públicos como a través de los medios de comunicación; formar organizaciones, gremios y sindicatos que respondan al interés manifiesto de sus integrantes…y así, a través de otras muchas instituciones se respetan a los niños, las mujeres o los ancianos.
Esto no es verborrea comunista, ni manipulación mediática. Es la realidad de este trozo de tierra en medio del mar Caribe. Si no que le pregunten a los miles de niños, que a pesar de las limitaciones del bloqueo, han sido atendidos por cáncer, problemas cardiovasculares u otro tipo de importantes dolencias, cuyo costo en cualquier otro país resulta en miles de dólares. O si no que vean cómo demandan los niños y estudiantes en sus organizaciones, se potencia la integración de la mujer y se vela por el respeto a los ancianos.
Pero, mi preocupación va más allá de una realidad que nadie en su sano juicio puede negar. Cuba, sin duda alguna, afronta problemas. Nada que no podamos resolver los cubanos, que nos preciamos de ser muy completos en esas cuestiones.
Pero mi inquietud radica en ¿cómo convertir esos derechos plenos en algo cotidiano, real, tangible, necesario?
Porque no por tener educación o salud garantizada, esta hoy presenta los más altos niveles de calidad, y muchos niños y jóvenes en la Isla aprovechan en su totalidad las ventajas que se les ofrecen. No por estar representados en distintas organizaciones de masas o gremiales, participamos, debatimos, nos preocupamos y actuamos en consonancia con sus preceptos. Debemos otorgar, tener y propiciar una real participación. La base de toda democracia, requisito ideal para un estado de derecho, es la representatividad, y esta se logra con participación efectiva.
Resulta muy fácil ser hipócrita, y escudarse detrás de una máscara y ver “como pasa el tiempo y las mareas”. Dejar el esfuerzo detrás de justificaciones y aplazamientos. Estos son tiempos, como los de las anteriores generaciones de cubanos, de combate y crecimiento. La verdadera entereza está en transformar las oportunidades y derechos, en objetivos y deberes, para construir una Patria grande, y vivir a plenitud.
Creo que todo el mundo tiene parte de responsabilidad en la construcción del futuro. Y no por dejarnos llevar por cantos de sirenas, resolveremos para bien nuestras inquietudes.
No podemos olvidar las dolorosas escenas que nos muestra la prensa de chicos sojuzgados en trabajos extenuantes, explotados sexualmente o víctimas de conflictos armados. O el abandono del cual son parte los miles de pensionados a los cuales las leyes del capital sometieron a pírricas chequeras; o los desahuciados, desempleados, refugiados e inmigrantes que padecen los desmanes de la xenofobia, los ajustes fiscales y despidos injustificados.
La realidad es muy diversa para regirse por esquemas y moldes preconcebidos, y más en la construcción de una sociedad alternativa como la cubana.
Los derechos humanos, en Cuba, son más que una ley de obligado cumplimiento o una sana aspiración: son reconocimiento, identidad y buen vivir.

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